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Y un día ocurrió. Es que alguna vez, ya lo había pensado hace mucho, pasaría… sin embargo, no estaba preparado para las consecuencias. Cuando decidí a tenerlo, otra no me quedaba… lo saqué de abajo de aquella copa tan frondosa sin saber de las implicancias que tendría a futuro. Jamás lo imaginé. Tanto despotriqué por aquello y ahora lo tenía siempre conmigo. De a poco lo empecé a querer, como casi todas las cosas… después se puede decir, eramos inseparables. Y conforme avanzaba el calendario, también fui cambiando, cambiamos. Lo cambié. Varias veces, pero no compulsivamente. Me costó, pero luego me acostumbré a que tenía que amar sin compromisos. Sin embargo, en el fondo de mi corazón siempre estaba el recuerdo de aquel. Las vueltas de la vida…ja! quién diría… un día me afanaron el más fifí… y ahí caí en la cuenta de aquella frase… sólo se sabe lo que se tiene cuando lo pierde… y cuando lo pierde se da cuenta de lo valioso que era… ¡y claro! al principio me enojé… ¿perderlo yo? pero luego de 15 minutos ya estaba superado… total… si se quería ir, que se vaya, sería egoísta quererlo todo para mí. Eso sí, tendría que buscar una nueva compañia. Costó. No me adaptaba a la soledad y no era para tener cualquiera. Tampoco es para tener la autoestima por el piso, pero cualquiera, cualquiera, no. Y entonces apareció, viejo ya y muy golpeado, pero siempre de servicio. Le puse el chip y lo cargué. Te llamo… ¿te llamé?

Acerca de asfred Esteban Gelatti

un pez en el oceano
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